Los nuevos tiempos

Tal cual y sin presuponer nada, simplemente poniendo encima de la mesa la evolución que está ¿teniendo?, ¿sufriendo? la sociedad en la que nos ha tocado vivir y que unos considerarán para bien y otros para mal. Yo voy a intentar poner encima de la mesa mi visión desde un punto de vista, aparentemente superfluo, como es el fútbol profesional y las manipulaciones económicas que en él se producen a día de hoy.

En los años 50-60 del siglo pasado el fútbol, en este país igual que en el resto de los que lo habían asumido como deporte nacional, se podía considerar como un entretenimiento de las personas a las que les gustaba como espectáculo y, con el paso del tiempo, convertía al equipo de su ciudad en algo que consideraban propio y que les generaba estados de satisfacción y de desagrado cuando ganaba y perdía. En esos momentos la financiación de los clubs procedía de lo abonado por los asistentes a los partidos para poder acceder al campo y de lo recaudado con la poca publicidad estática que se podía colocar en los laterales del campo. Como reflejo de todo esto puede valer que el presupuesto del Deportivo Alavés en segunda división, sin déficit y con tres jugadores jóvenes que dos años más tarde fueron internacionales con España, cuando yo fui vicepresidente en los años 80, era de 70 millones de pesetas (traducido a € actuales unos 420.000, equivalente a la décima parte de los 3 más bajos de la temporada actual. Si hacemos una comparación el precio de un café, éste no ha llegado a duplicarse desde entonces).

Con el paso del tiempo aquella tranquilidad con la que se asistía al futbol, incluso con los bares del campo sirviendo bebidas alcohólicas y sin problema alguno, se fue trasformando y empezaron a organizarse las esperas de las llegadas de los equipos, las idas al campo de los grupos ultra, las mal llamadas gradas de animación, etc., todo ello bajo el habitual control de las fuerzas de seguridad. Se empezaron a utilizar bengalas, se cerraron los bares y se empezó a controlar los bolsos de las personas, en la entrada al campo, para evitar riesgos.

Llegados a este punto, sabiendo que la recaudación de taquilla no pasa del 10% de los ingresos de los clubs, yo me pregunto ¿qué ha ocurrido en todo este tiempo para llegar a estos límites de fanatismo?, si el futbol se ha convertido en un espectáculo cuyos ingresos fundamentales proceden de la televisión y la asistencia al campo es totalmente libre ¿por qué las instituciones públicas dedican una parte de sus presupuestos a subvenciones de las que sólo se beneficia una pequeña parte de la sociedad?, verdaderamente ¿quién tiene intereses para que todo este mundo funcione así?.

Normalmente la respuesta a todas estas preguntas es siempre la misma: el impacto económico que se genera en ciudades que son sedes de los equipos, siempre calculado por grupos desconocidos y sin que podamos saber en que criterios se basan para llegar a esas conclusiones. Yo me he permitido hacer un cálculo, siempre muy por encima de la realidad, en una ciudad como Vitoria-Gasteiz que tiene 4 equipos, también en 1ª, a menos de 100 Kmts: si se desplazan 5000 aficionados por cada uno de los 4 y 300 por cada uno de los 15 restantes, tendríamos que, a lo largo de la liga, llegarían 24.500 personas. Suponiendo que los 20.000 próximos vienen antes del partido y se van después se le pueden calcular unos 70 € de gasto máximo entre la dudosa comida y la cerveza: pensemos que los teóricos 4.500 restantes se quedan a dormir con lo que comen, cenan, toman unas copas y pagan hotel, por un total de 150 € cada uno. El gasto total se quedaría por debajo de 2.100.000 € por temporada. Si a esto añadimos 2-3 eliminatorias de copa, una de ellas con uno de los equipos situados a menos de 100 kmts de distancia, el gasto por este concepto no pasaría de 500.000 € y nos pondríamos en 2.600.000 € en toda la temporada siendo tremendamente generosos.

Teniendo en cuenta que entre deuda fiscal no abonada y deuda amortizada por las administraciones el Alavés ha costado a Álava por encima de los 28.000.000 € en los últimos 15 a., más o menos 1.800.000 € año que sumados al 1.400.000 € de subvención anual hacen un costo mínimo, a las arcas públicas, de 3.200.000 €/año, sin meternos en lo que significa el campo utilizado que es de titularidad municipal. ¿No sería más lógico que la administración aportara los teóricos 2.600.000 del consumo de los aficionados subvencionando al sector primario para que pudiera tener un desarrollo mejor y los 600.000 restantes a hacer una campaña que fomentara el turismo en el territorio en lugar de dáselo directamente al club?. 

Llegados a este punto, habiendo demostrado lógicamente que existe aportación pública importante a un espectáculo del que disfruta menos de un 5% de la sociedad y que ese mismo montante económico sería más rentable para el conjunto de la sociedad utilizado racionalmente, es el momento de hacerse preguntas: si los equipos de futbol son sociedades anónimas privadas, que generan muy poco empleo en la ciudad ¿por qué estas tienen subvención pública mientras que otras que generan empleo importante y riqueza para la sociedad no?, ¿quién y por qué ha llevado a una afición, antes tranquila, a un fanatismo y radicalidad tal que obliga, en determinados momentos a unos despliegues policiales de miles de agentes, con el costo que ello significa para la sociedad?, ¿que interés, y para quién, significan los grupos ultra, que la mayoría de los equipos tienen, y las famosas gradas de animación?. Llegados a este punto la verdad es que no tengo respuestas seguras pero me van a permitir que ponga por escrito lo que yo intuyo que pasa.

La radicalización convierte a los aficionados en los tontos útiles que condicionan a los políticos con el riesgo de perder un número importante de votos si no ayudan al club económicamente y también sirven de atractivo televisivo para generar grandes ingresos por derechos de retrasmisión. Al mismo tiempo los miles de millones que se mueven, en ese mundo (negociación de contratos de Tv, etc.) permiten, a los que están al frente, tener una capacidad de influencia económica muy importante con la cual consiguen, para ellos mismos, unos ingresos muy por encima de lo que podrían tener ejerciendo su profesión. Y así, mientras esto está ocurriendo en ese mundo, las ayudas al deporte infantil y juvenil son manifiestamente escasas, cuando eso sería muchísimo mejor para la sociedad.

Me imagino que, leyendo todo lo anterior, pensarán que soy un enemigo del futbol y que quiero destruirlo: nada más lejos de la realidad, me encanta como deporte e incluso, como en párrafo anterior he reflejado, he sido vicepresidente del Deportivo Alavés y lo único que me guía es que, teniendo recursos de sobra como el fútbol tiene, renuncie a las aportaciones públicas que recibe para que sean dedicadas a necesidades más perentorias de la sociedad.

Como detalle final me gustaría hacer una última pregunta: ¿qué pasaría si el más del 90% de la sociedad que no va al futbol dijera que al partido político que favorezca subvenciones al futbol profesional no le van a votar en las siguientes elecciones?. Y esa sería una decisión totalmente democrática.  

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