Y, por fin, terminaron las Navidades

Y por fin volvemos a la vida monótona de todos los días, nos desaparece la sensación de “vagos” sin dejar de trabajar, empezamos a hacer el esfuerzo necesario para recuperar el peso habitual y deja de martillearnos la cabeza la avalancha de publicidad típica del momento. Posiblemente el único “por desgracia” habría que adjudicárselo a la marcha obligatoria de los seres queridos que nos han acompañado durante estos días (cuando eso ha sido posible).

Si somos capaces de analizar hasta donde hemos llegado podremos ver la evolución que se ha producido con el paso de los años. Sin entrar en el significado religioso de estas fechas aunque reconociendo su influencia en nuestro ámbito cultural podemos concluir que, por lo menos hasta donde llega la memoria de nuestra generación, estas fechas significaban reunión familiar, tanto de los próximos como de los lejanos; se valoraba el cariño y el calor de los seres queridos disfrutando de momentos únicos, imposibles el resto del año. Todos recordamos el texto del anuncio que decía “todos los años vuelve a casa por Navidad” y que reflejaba perfectamente el espíritu latente en el ambiente.

Siempre han sido momentos de buenos deseos, de felicitación, de concordia, en los que nos acordamos de personas queridas e importantes en nuestra vida, tanto si están entre nosotros como si ya se han ido; momentos de cambio de buenos propósitos, de proyectos maravillosos que año tras año repetimos y nunca realizamos pero que no por ello nos frustran; marcaba un antes y un después y era una referencia en nuestras vidas. Todavía recuerdo la calle de Madrid vacía en la Nochebuena de hace 60 años, cuando yo era un niño; la gente se retiraba a casa, con los suyos, al final de la tarde puesto que la celebración era íntima, recogida, circunscrita al hogar común y con recuerdos que te apetecía compartir y disfrutar pero sólo con los más próximos.

Con el paso de los años todo esto ha ido cambiando y nosotros con ello (por eso prácticamente no somos conscientes de ese cambio); a la sociedad la han hecho más consumista, la publicidad nos invade y los establecimientos comerciales se llenan haciendo casi insoportable el entrar a comprar lo que de verdad necesitas (imaginaros lo innecesario), la juventud sale “de marcha” en una noche en la que eso antes era impensable e incluso yo tengo un amigo, tradicional y familiar hasta la médula, que se marcha a Canarias a pasar la Nochebuena.

El problema aparece cuando ese no ser consciente de los cambios, en un momento concreto, deja de funcionar y te das cuenta, de repente, del abismo que se ha creado. A mi me ha pasado este año y me pregunto ¿por qué?. ¿Será que el paso de los años te va haciendo más rígido y dificulta tu adaptación?; puede influir parcialmente pero es un factor común siempre y, además, yo soy una persona que se adapta con relativa facilidad (aunque proteste). Profundizando en la reflexión creo que he llegado a encontrar el motivo: NO ESTAN CON NOSOTROS LOS “HOLANDESES”. A pesar de tener aquí a Paula y Julio les echo de menos; añoro los mimos de Zoe, la ternura de Roque, el aparente pasotismo y amor por la tecnología de Noah, el arranque vigoroso de Leyre y los silencios y confidencias de Ramón.

Son demasiadas añoranzas y espacios vacíos que, a su vez, han sido atropellados por situaciones, ya existentes otras veces, que no eran visualizadas porque el foco de atención estaba en otro punto más importante para mí. Momentos así hacen que valores de verdad las cosas y las personas a las que, habitualmente, no das la importancia que tienen porque siempre están ahí. “HOLANDESES” sólo me queda deciros que, aunque sabemos que siempre estáis con nosotros, cuando físicamente no os vemos ni os sentimos cerca, os echamos de menos: os queremos, y os necesitamos en nuestra vida. PARA TERMINAR, COMO REGALO DE REYES, EL BESO Y ABRAZO MAS GRANDE QUE SE PUEDA DAR.

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