¿El deporte?

En su primera acepción, el diccionario de la RAE define deporte como: actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas. Yo creo que en la actualidad, si nos fijamos exclusivamente en el deporte aficionado o en lo que ocurre dentro de las canchas del profesional, está totalmente vigente pero si abrimos el foco, en el segundo caso, y miramos todo lo que se mueve a su alrededor y que le es inseparable las cosas cambian manifiestamente.

Hace muchos años, en la época dictatorial de este país, se calificaba al futbol como el “opio” que utilizaba el poder para manipular a los ciudadanos y que no pensaran en lo que estaba ocurriendo en la vida real. La dictadura pasó y lo que entonces se hacía solo con el futbol ahora se hace, elevado a la enésima potencia, con todos los deportes. La gran diferencia es que lo que antes era manipulación política, en la actualidad es manipulación económica; eso si permitida, aplaudida y, a veces financiada por los políticos con el dinero público.

Excepto el deporte que bastantes de nosotros practicamos asiduamente para mantener el estado físico y disfrutar con él y que nos cuesta dinero, el resto es deporte profesional puesto que los que lo practican participan en la alta competición y necesitan un entrenamiento que les exige plena dedicación; de todos ellos hay un grupo de especialidades, importantes para la sociedad, que no generan el flujo económico necesario para su mantenimiento y por lo tanto necesitan la ayuda institucional al igual que las categorías infantiles, juveniles y aficionados del resto de especialidades que si generan flujo económico.

El problema del flujo económico público aparece cuando los perceptores son sociedades anónimas privadas que no lo utilizan para el fomento del deporte como tal sino para generar un movimiento económico que les beneficie; ese dinero, que es derivado de los impuestos de todos los ciudadanos, se detrae de otras necesidades más perentorias de la sociedad con la injusticia que ello significa.

A pesar de la barbaridad que pueda parecer la práctica anterior, lo verdaderamente grave es todo lo que se mueve a su alrededor: grupos radicales y violentos, proliferación de casas de apuestas que se anuncian en todos los medios de comunicación, manipulación de las personas (incluidos los niños) para que el consumo del merchandising sea lo más alto posible, etc.

No es fácil de entender, por lo menos para mí, que la administración elegida para proteger a la sociedad permita que se haya creado un casino virtual global al que pueden acceder y apostar no sólo los adultos sino también menores de edad, que en los días de partido se organicen hasta quedadas de radicales de los equipos para pegarse y sea necesaria la presencia de miles de agentes para intentar mantener el orden. La cosa llega a tal nivel que, cuando hace unos días comentaba con un conocido de Vitoria que Querejeta podía vender el Alavés a un chino, su contestación fue que no se atrevería porque había dos mil personas que, al día siguiente, le reventaban los locales de todos sus negocios.

Visualicemos el punto al que hemos llegado y su gravedad y pensemos como lo hemos alcanzado y que tenemos que hacer para revertirlo, exigiéndoselo a los que tienen posibilidades de intervenir (administración con los políticos al frente) porque si no lo hacemos el panorama futuro es muy lúgubre.

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