Una razón brillante

Al ver el título quizás muchos os hayáis equivocado pensando en el tema que hoy vamos a tratar y posiblemente se os haya olvidado mi afición por el cine francés y la tendencia a utilizar sus películas para escribir.

Siempre he admirado la facilidad que tienen, sea cual sea el director, para tratar temas que se pueden identificar con el día a día de cualquier persona que pasee por la calle y tenga capacidad de observación y análisis. Eso hace que te identifiques con ellas y te resulten tremendamente atractivas.

En el caso de “Una razón brillante” nos encontramos con los dos personajes protagonistas; por un lado un profesor universitario prepotente, xenófobo y que juzga a las personas por las apariencias y por el otro una estudiante de primer curso de ascendencia magrebí pero ya nacida y educada en Francia. El choque frontal se produce el primer día de curso cuando la chica llega tarde y él intenta humillarla delante de sus compañeros.

Para resolver el conflicto creado por la publicación en internet de las imágenes el Rector obliga al profesor a prepararla para participar en una competición de dialéctica entre todas las Universidades de París. En el desarrollo de esta preparación es donde van apareciendo todos los detalles que generan esta reflexión.

El primer punto es la frase que en estos momentos está de máxima actualidad, “en un debate dialéctico lo importante es tener razón, la verdad no importa” y para eso está la forma: para rebatir al contrario y derrotarlo aunque sea con mentiras. ¿A que ya les suena a algo conocido?, ¿no os recuerda los debates televisivos en los que todo vale? Da igual la mentira, el interrumpir los razonamientos del oponente cuando tú no tienes ninguno, el ridiculizarlo, etc. ¿De verdad creemos que con esa forma de actuar vamos a conseguir que esta sociedad evolucione? Todo aquel que intenta poner encima de la mesa, de forma educada y con razones lógicas, propuestas positivas para la sociedad se ve atacado inmediatamente por los no interesados en ello de una forma tremendamente agresiva quedando sus propuestas sensatas perdidas en el barro de la discusión.

El segundo detalle es otro también muy de actualidad: la inmigración. A lo largo de toda la película se van viendo detalles, que pueden pasar desapercibidos si no se está atento, que ponen de manifiesto que la integración de la inmigración es un hecho, aunque lógicamente precise de un tiempo para ello. En una comida se le ve a la protagonista beber vino, en otra se ve a las tres generaciones (abuela, madre e hija), la abuela nacida en África con velo, cocinando comida magrebí mientras que la madre y la hija visten y se comportan como europeas; por último la relación con su novio no tiene nada que ver con el machismo islámico puesto que él respeta y apoya todos los proyectos de ella. Posiblemente haya más detalles pero con estos yo creo que es suficiente visualizar claramente que la integración de la inmigración en la sociedad de acogida es inevitable.

Como última reflexión yo me quedaría con que el cine, como muchas otras actividades de la vida, debe servir para unas veces divertirse y otras pensar. Y muchas veces para divertirse y pensar a la vez. ¿Acaso está reñido lo uno con lo otro? 

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