Los criterios y el cinismo

A lo largo de los largos meses que llevamos conviviendo con la Covid 19 y sufriendo la locura de la transmisión de su evolución, tanto por parte de los responsables políticos como de los medios de comunicación, se van visualizando muchas cosas y ninguna precisamente buena. Los políticos van a “salto de mata” y sólo se preocupan de buscar el posible fallo del contrario (siempre a posteriori sin haber intentado aportar con anterioridad solución alguna) para intentar triturarlo y obtener rédito electoral; por su parte, desde los medios de comunicación a mi me da la impresión que se  está haciendo una retransmisión en directo, con múltiples expertos que, como es lógico, tienen opiniones distintas, en base a su experiencia, sin unos datos homogéneos y fiables cuyo criterio de obtención varía de unos momentos a otros. Todo esto genera un caos en la mente de la gente lo que, unido al haber estado encerrados en casa todo el día, hace peligrar la salud mental de todos los ciudadanos que no sean capaces de hacer un análisis propio de una forma razonada e incluso en los que lo consigan.

Se ha completado una dura  “desescalada” cuya preparación costó más de una semana de discusión para decidir como tenían que empezar a salir a la calle los niños, dando por supuesto que son los más afectados, en este tipo de situaciones, y los que más están sufriendo; a pesar de ello no fueron capaces de ponerse de acuerdo en el tiempo, la distancia, la compañía, ni en lo que debían hacer: vamos a hacer una valoración lógica, no del cómo de la salida sino de la decisión de que fueran ellos los que iniciaran el proceso. Yo recuerdo lo que significaba para mi generación el estar aparcados en casa sin poder jugar con los compañeros, cuando eso era la única opción de liberar energía, pero también soy consciente (tengo nietos de esas edades y pasan tiempo con nosotros en verano) de lo que en la actualidad es más importante para ellos y a través de lo que establecen la mayoría de sus relaciones (EL TELÉFONO Y LA TABLET) y mientras lo tengan a mano, en su dosis habitual, estoy convencido de que la repercusión mental que puedan sufrir es mucho menor de lo que se ha estado proclamando; además la plasticidad de  su joven cerebro les permite una gran adaptación a todas las nuevas situaciones, por muy opuestas que estas sean. Otra cosa es que sea el grupo que tiene menos posibilidades de contagiarse y contagiar, significando un menor riesgo de rebrote.

Sin que signifique “ahora te quito a ti para ponerme yo” yo creo que hay otro grupo que debería haber empezado cuanto antes, aunque desde opiniones expertas siempre se haya justificado que, para preservar su salud y evitar riesgos, no debía ser así (LAS PERSONAS DE EDAD AVANZADA). Desde mi punto de vista han sido los más afectados mentalmente pues muchos de ellos ya tienen fallos de memoria que van paliando por el simple echo de mantenerla activa con los estímulos exteriores (aunque sólo sean visuales) que les inducen a recordar y a pensar; todo esto hace que las sinapsis neuronales se deterioren menos y sus déficits avancen con más lentitud; por el contrario al estar permanentemente en casa, sin estímulos externos y con más horas de sueño, el deterioro se acelera. Si a todo esto añadimos que su plasticidad mental ha desaparecido, la recuperación posterior es prácticamente imposible. Además ni siquiera en las comparecencias del Presidente del Gobierno fueron mencionados como colectivo al que ayudar a intentar evitar un deterioro irreversible.

Toda esta forma de actuar ha afianzado aún más en mí el convencimiento del maltrato que esta sociedad está dando sistemáticamente a los por ella llamados peyorativamente  “viejos”. Nada más tenemos que hacer un pequeño recorrido para ser conscientes de ello; en cuanto se cumplen los cincuenta años y te quedas sin trabajo, las posibilidades de encontrar uno nuevo son absolutamente nulas y, si tienes la suerte de tenerlo fijo, harán lo imposible para quitarte de en medio (haciéndose cargo de la mayoría de los gastos la Administración a través de las jubilaciones anticipadas) y sustituirte por otro de mucho menos costo o bien amortizar tu puesto. Por supuesto que en ningún momento se plantea nadie una valoración periódica de las capacidades para poder continuar trabajando (si el trabajador quiere) y así eliminar lastre al sobrecargado sistema de pensiones; todo el mundo se olvida de que, desde el punto de vista constitucional, la jubilación es un derecho, nunca una obligación a no ser que una incapacidad física o psíquica para realizar el trabajo te impida desarrollar tu actividad.

Si seguimos más adelante (en edad) y hacemos un repaso por las sociedades que nos precedieron, en ellas el núcleo familiar se hacía cargo del esfuerzo que significaba el cuidado de las personas mayores, considerándolos los más respetados del colectivo, en los últimos momentos en que perdían totalmente la autonomía; hoy en día, a la mínima oportunidad, un porcentaje alto de ellos, aunque sean autónomos, van a parar a residencias (sin valorar las deficiencias que estas presentan) en las que llevan una vida prácticamente vegetativa hasta el desenlace final. Nada más hay que fijarse un poco en el porcentaje de contagios y muertes que les han afectado en comparación con el resto de la población.

Y ahora, en los que han conseguido salir adelante, yo no he sido capaz de ver el más mínimo esfuerzo por parte de nadie para intentar evitar que el tiempo que les quede, sea mucho o poco, lo pasen como si fueran unos auténticos zombis; en realidad, por lo que se ha visto, lo único por lo que se sienten ofendidos es por no poderlos despedir “dignamente” (sin haber luchado antes para intentar evitar esa muerte). 

¿Entendéis ahora el por qué de este escrito? ¿Cuándo ha empezado realmente esta dinámica? ¿Por qué estamos perdiendo el caudal de experiencias que una gran parte de estas personas pueden aportar a la sociedad? ¿No sería lógico que, cuando menos, pudieran guiar la formación de la siguiente generación? Podríamos continuar haciéndonos preguntas pensando que con ello vamos a conseguir una actitud positiva por parte de la sociedad, pero mi impresión es que, aunque recuerdes a todos los jóvenes que ellos son las siguientes víctimas de este sistema, no se va a conseguir cambiar absolutamente nada.

  

 

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