Rufina

Por el 8 de Marzo, día Internacional de la Mujer, me gustaría recordar a la primera de ellas que yo he conocido defendiendo sus derechos y los de sus descendientes frente a la prepotencia machista que prevalecía en aquellos momentos.

Se trata de mi madre, nacida en 1920 en el Aliste zamorano aislado de todo lo que pueda significar modernidad y evolución (incluso hoy día). Quien no conozca Aliste puede que le resulte difícil entender lo que significaba, en aquellos momentos, una actitud de rebeldía como la que ella protagonizó.

Pertenecía a una familia económicamente estable, con una pequeña industria de fabricación de carros (con 6-8 puestos de trabajo estables) que, en aquellos momentos, equivalía casi a una mediana empresa. Cuando tenía 12 años el maestro del pueblo fue a hablar con mi abuelo (mi madre pensó que iba a tratarse de ella y lo escuchó todo) para decirle que era una muchacha inteligente y que, con las posibilidades que él tenía podía tranquilamente hacer, al menos, Magisterio. La contestación de mi abuelo fue contundente: “El sitio de la mujer esta en la cocina” y, para él, ahí quedó todo.

El primer pensamiento de mi madre fue que nunca a un hijo o hija suyos le ocurriría eso y planificó su vida en función de dicho pensamiento; se negó a casarse con quien le quería imponer su padre y lo hizo con mi padre (perteneciente a una de las familias más limitadas económicamente del pueblo) que asumió su proyecto y lo apoyó incondicionalmente y el resultado de todo ello soy yo.

Permanecieron en el pueblo hasta que entendieron que ya no podían ir más allá en esa situación (1959 teniendo yo 12 años sin cumplir) y emigraron a Vitoria para, con un esfuerzo tremendo conseguir cumplir con la promesa que ella había hecho en 1932. En 1972 terminé la carrera de Medicina que en la actualidad, con 74 años continuo ejerciendo y disfrutando considerando, compartido con ellos, a mis pacientes como amigos.

¿Entendéis ahora por qué califico a mi madre como la primera feminista que he conocido? No os podéis imaginar el orgullo que significa para mí tanto ella como mi padre Salvador; Rufina por ponerlo encima de la mesa y Salvador por entenderlo y apoyarlo incondicionalmente. 

¡¡ HONOR A ELLOS !!. Hoy, casi 19 años después de ya no estar físicamente con nosotros, quiero que quede claro la fuerza que tienen las actitudes éticas y lo que se puede conseguir luchando por ellas.  

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