«….Y fueron felices y comieron perdices»

Este que es el final de un cuento, en nuestro caso, refleja todo el recorrido de una historia real  que empezó, oficialmente, un día no muy dado a acontecimientos de este tipo, el de las ánimas de hace 39 años.

Todo este tiempo, aparentemente largo, ha pasado, para mi, como un suspiro y la responsabilidad de que esto haya sido así es tuya CLEMEN: tu has sido capaz de pulir mis fallos, apoyarme en mis aciertos, estar conmigo en los momentos difíciles y disfrutar de los éxitos (que también los ha habido). Juntos hemos educado a nuestras 2 maravillosas hijas y, en esta última etapa, disfrutamos de nuestros 3 increíbles nietos (todos los abuelos dirán lo mismo, pero en nuestro caso además es cierto).

Si todo esto se puede considerar un privilegio, no es nada al lado del AMOR que me has dado: ha sido tanto que podría llenar varias vidas y yo lo he disfrutado y lo voy a continuar haciendo concentrado en una sola. Llegado a este punto no soy capaz de encontrar las palabras suficientes para darte las  gracias por hacerme tan inmensamente feliz, espero que yo haya conseguido algo parecido contigo, y por eso voy a echar mano del poema de Angel González pues algo parecido es lo que yo siento por TI.

 Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Salvador Río
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *